Considerados como un “experimento excéntrico” los primeros animadores no contaban con un espacio propio dentro de los estudios de cine. Por el contrario, se les mantenía lejos de los grandes foros y se les rentaba una pequeña casa derruida y parcialmente devorada por las termitas. Ahí trabajaban, se reunían y creaban las primeras animaciones que posteriormente invadirían las pantallas de cine y la imaginación de chicos y grandes.
“Nos vemos en Terraza Termita” era la voz para convocar a las juntas de producción y creatividad, ahora nuestro nombre.